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Mostrando entradas de septiembre, 2012
Desde pequeña me gustó relacionar los colores con las estaciones, un invierno blanco, un verano dorado, una primavera roja, y el otoño marrón. Cada vez que pensaba en un día otoñal, soñaba con las alfombras algo rojizas del parque de la esquina o en las tardes eternas de lluvia y

Giralda

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 Giralda en prisma puro de Sevilla, nivelada del plomo y de la estrella, molde en engaste azul, torre sin mella, palma de arquitectura sin semilla. Si su espejo la brisa enfrente brilla, no te contemples —ay, Narcisa—, en ella, que no se mude esa tu piel doncella, toda naranja al sol que se te humilla. Al contraluz de luna limonera, tu arista es el bisel, hoja barbera que su más bella vertical depura. Resbala el tacto su caricia vana. Yo mudéjar te quiero y no cristiana. Volumen nada más: base y altura. Gerardo Diego.

A Córdoba

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¡Oh excelso muro, oh torres coronadas De honor, de majestad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, De arenas nobles, ya que no doradas! ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, Que privilegia el cielo y dora el día! ¡Oh siempre gloriosa patria mía, Tanto por plumas cuanto por espadas! Si entre aquellas ruinas y despojos Que enriquece Genil y Dauro baña Tu memoria no fue alimento mío, Nunca merezcan mis ausentes ojos Ver tu muro, tus torres y tu río, Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España! Luis de Góngora.

Un mar verde

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Un mar verde. Olas que irrumpen en el horizonte, pasajeras, relegadas a la afonía del olvido. Viento que dibuja a su antojo sobre el agua imaginada, caprichoso, espontáneo, impredecible. Verde infinito, verde perenne. Cuando lo miro, me hace evocar lo que una vez dijera un joven granaíno: "Verde que te quiero verde/ Verde viento. Verdes ramas./ El barco sobre la mar/ y el caballo en la montaña."

Tacones de aguja

Pasos envueltos por el silencio de la soledad. Imagen fugaz. Tacones de aguja. Música de jazz. Cabello rubio. Un solo de saxo. Un crujir suave, leve, apenas perceptible, de las tablas de una falda al entrecruzar las piernas. Se sienta enfrente del espejo. Aún no ha terminado de maquillarse. Suspira intentando relajarse mientas da una última calada al cigarrillo que apagará en un cenicero momentos después. Levanta la mirada y sonríe a su propio reflejo. Ha de ponerse guapa para la cita de esa noche. Labios pintados de rojo, un sensual color negro enmarca sus ojos, los envuelve en una niebla que los antoja lejanos, llenos de misterio. La canción sigue sonando. Un insinuante escote luce sus pequeños pechos. Está nerviosa. Corre por sus venas el arte de la seducción, que han obtenido generaciones y generaciones de mujeres antes que ella, durante siglos de práctica. Es un instinto que mezcla con lo aprendido en susurros y noches de juerga. Sabe como deslizar las caderas a cada lado

A mi lado

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Sueño que estás a mi lado, hermana. Vemos una gaviota que intenta atrapar un pez, que se le escapa. El sol luce solitario en lo alto del cielo. Tú y yo, y un océano que nos contempla imperturbable. Me hace feliz tu sonrisa. Entonces me preguntas, ¿por qué se me cae el pelo, hermanita? Una brisa fría, enlutada, me rodea en su melancolía para abandonarme en busca de las ramas oscilantes de los cipreses. Me he quedado dormida al lado de tu lápida. Te prometí que siempre estaría contigo. Aunque la leucemia nos separara, no lo logró con nuestro amor.