Somos seres solitarios que intentamos hacer vida en sociedad. Solitarios al nacer, solitarios al morir. Venimos solos y moriremos solos, mas en el camino necesitamos ir acompañados. Damos lo que sea por un abrazo, un suspiro o, incluso, una lágrima. Nos hacemos rodear de familia, amigos, pareja, una mascota..., con tal de no enfrentarnos al desamparo, al silencio de nuestra mente, o al abandono de nuestro corazón. Nos aterra la idea de tener tiempo para enfrentarnos a nuestro subconsciente, a conocernos a nosotros mismos. Comunicarnos, hablar, relacionarnos con el resto. La soledad es mejor aislarla en una torre de marfil, desterrarla de nuestro día a día, aunque es en ella cuando emerge la creación del artista, cuando aprendemos a saber cuáles son nuestras virtudes y nuestros defectos, cuando tenemos tiempo para soñar. Sin embargo, esta es solo una clase de soledad. Una soledad bella y pura, como la del astro solar. Eterna, infinita y poética. La melancolía surge en el aislamie...