Lo personal es político (I): Que me beba quien me ame

Teniendo en cuenta que, en este mes, se conmemora el día contra la violencia de género (25-Noviembre), voy a comenzar con una serie de publicaciones sobre el feminismo; la concienciación de un maltrato cada vez más arraigado en la sociedad de lo que creemos y la necesidad de su erradicación; al igual que la obligación como sociedad de hablar, en voz alta, sobre todo lo que engloba la violencia de género. He escogido un lema (lo personal es político) que bien representa al movimiento estudiantil y a la segunda ola del feminismo. Mi última lectura, Feminismo para principiantes de Nuria Varela, me ha permitido descubrir este excelente poema de Gioconda Belli, con el que inauguro este conjunto de entradas. 

Sabor de Vendimia de Gioconda Belli

Recuerdo el terror de las primeras arrugas.
Pensar: Ahora sí. Ya me llegó la hora.
Las líneas de la risa marcadas sobre mi cara
aun en medio de la más absoluta seriedad.
Yo, frente al espejo,
intentando disolverlas con mis manos,
alisándome las mejillas, una y otra vez,
sin resultado.
Luego fue la mirada furtiva de mi reflejo
en los escaparates
preguntarme si la luz del día las haría más evidentes,
si el que me observaba desde la otra acera
estaría censurando mi incapacidad de mantenerme joven,
incólume ante el paso del tiempo.

Viví esas primeras marcas de la edad
con la vergüenza de quien ha fallado.
Como una estudiante que reprueba el examen
y debe caminar por la calle
con las malas notas expuestas ante todos.

–Las mujeres nos sentimos culpables
por envejecer,
como si pasada la juventud de la belleza,
apenas nos quedara que ofrecer,
y debiéramos hacer mutis;
salir y dejar espacio a las jóvenes,
a los rostros y cuerpos inocentes
que aún no han cometido el pecado
de vivir más allá de los treinta o los cuarenta–

No sé cuándo dispuse rebelarme.
No aceptar que sólo se me concedieran como válidos
los diez o veinte años con piel de manzana;
sentirme orgullosa de las señales
de mi madurez.

Ahora,
gracias a estos razonamientos
cada vez me detengo menos
frente al espejo.

Paso por alto
la aparición de
inevitables líneas
en el mapa de vida del rostro.

Después de todo,
el alma,
afortunadamente,
es como el vino.
Que me beba quien me ame,
que me saboree.

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