Una carta con destinatario
Escribamos una carta. No importa el destinatario. Mandémosla al mundo sin un sello ni una dirección. Como ese pliego que lanzas al mar en una botella. No esperemos una respuesta. O quizás sí que deberíamos dedicársela a alguien: a la vida. Esa que te acompaña mientras respiras. Esa que quieres relegar al olvido cuando te embarga la melancolía. Con garabatear unas pocas grafías podemos expresar lo que sentimos, más palabras sobrarían: Gracias.