Eterna compañera
Hoy he conocido a mi nueva amante: la soledad. Esa que me acompaña todas las noches de vigilia. Aquella que, con silencios, me besa. No fui yo quien se enamoró de ella, sino ella fue la que se fijó en mí. Me ha atrapado en sus redes y no me deja escapar. Es muy posesiva. Me hizo un regalo, para ella de un valor inestimable: el olvido. Mi vida transcurre sin que pueda vivirla, como si fuera un mero espectador que no puede decidir lo que sucede en la obra que se está representando, como un director de orquesta sin batuta. No tengo nombre, no tengo rostro.
Solamente puedo escapar de una manera. Miro hacia la ventana, desvencijada, que cruje por culpa del viento. Y encamino mis pasos hacia ella.
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