Caminas conmigo, pero no por mí

A veces es tan fácil aferrarse a la soledad, con las dos manos, con los ojos cerrados. Acariciarla hasta que te engulle por completo. Y no sientes nada, como si un agujero negro del espacio se tratara. Hazlo, es necesario fundirse con esa oscuridad para poder luego brillar, para ser capaz de errar por el mundo, dando tumbos pero siguiendo hacia delante. Y cuando crees que has dejado ese desamparo pasajero atrás, te toca el hombro llamándote. Cuesta tan poco girarse y abrirle los brazos para recibirlo. Le dices que no, él insiste, lo rechazas de nuevo... 
Después de varios intercambios infructuosos de palabras, logras llegar a un acuerdo: la soledad será tu compañera de camino, pero no te obligará a respirar con sus pulmones.

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