Hogar es tu corazón, apátrido

Al emigrar, los límites de lo que consideras hogar se difuminan hasta desvanecerse. Se hacen más y más complicados de discernir. Y sientes entonces que esa incertidumbre lo embarga todo. A lo mejor te encuentras perdida pero llegará un momento en el que comenzarás a decir "Vuelvo a casa", refiriéndote a ese piso de alquiler que te acabó adoptando, no a la casa en la que te criaste. Lo harás sin darte cuenta, de una manera natural, hasta que alguien te mencione esa mudanza metafórica. También te confundirán los verbos ir y volver, o los adverbios de lugar aquí y allá, intercambiándolos la mitad de las veces, mezclando sus significados. Incluso crearás tu propia familia, con gente con la que nunca te imaginarías haber conocido, los habrá pasajeros, que llegan y se van, mientras que otros aparecerán para quedarse. Por lo que serás más afortunada, añadiendo más seres queridos a ese nuevo hogar que se te antoja con contornos más difusos.
El hogar lo llevarás a cuestas, a tus espaldas, como si de un caracol se tratara. Al principio a lo mejor sentías que era algo temporal, hasta que encontraras algo "más definitivo", o que pronto volverías al primer hogar, al de tu familia y recuerdos de infancia. Luego pudiera ser que creyeras que era un lugar solitario, con reglas que divergían del lugar al que intentabas acostumbrarte. Aunque habría un momento cualquiera en el que lograrás entender que hogar eres tú y nadie más. Hogar es tu corazón, apátrido. La hoguera que alimenta esas horas desveladas solitarias, el fuego que nutre tus ganas de vivir. Podría considerarse únicamente soledad o al contrario, pues posees la mejor compañía de todas: tú misma. Por favor, construye bien tu hogar, para una vez edificado, decidas a quién puedas abrir sus puertas, pero no bases tu casa en otras personas, pues se podría derrumbar con un simple e imprevisto cambio en la dirección del viento. Soy hogar aquí y ahora y seré hogar adonde me lleve la vida, errante. 

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