El balcón estaba aletargado con el aroma de sus propias plantas. Aunque la que más hacía olvidar la realidad con su fragancia era la dama de noche, sutil y traicionera. Entre las cortinas blancas ella se escabullía a la habitación, donde Gema dormía placenteramente y era ajena al trastorno, a la conmoción que la flor causaba a su alrededor. Se había apoderado del lugar, ella era la reina. El jazmín, las rosas, eran más tímidas cuando el sol se había difuminado entre las sombras, porque parecía que la oscuridad les ocasionaba miedo; buscaban al astro entre sollozos, necesitaban de su luz y de su calor acogedor para sobrevivir. Era entonces el momento justo en el que la dama de noche se alzaba, majestuosa, dueña de sí misma, amante de la luna, pero solitaria, princesa recluida. Gema se despertó sobresaltada. Habría asegurado que alguien le había susurrado algo en el oído. No se hallaba muy desencaminada de la verdad. La señora de la vigilia, le había estado murmurando su histor...