Una dama de noche



El balcón estaba aletargado con el aroma de sus propias plantas. Aunque la que más hacía olvidar la realidad con su fragancia era la dama de noche, sutil y traicionera. Entre las cortinas blancas ella se escabullía a la habitación, donde Gema dormía placenteramente y era ajena al trastorno, a la conmoción que la flor causaba a su alrededor. Se había apoderado del lugar, ella era la reina. El jazmín, las rosas, eran más tímidas cuando el sol se había difuminado entre las sombras, porque parecía que la oscuridad les ocasionaba miedo; buscaban al astro entre sollozos, necesitaban de su luz y de su calor acogedor para sobrevivir. Era entonces el momento justo en el que la dama de noche se alzaba, majestuosa, dueña de sí misma, amante de la luna, pero solitaria, princesa recluida.
Gema se despertó sobresaltada. Habría asegurado que alguien le había susurrado algo en el oído. No se hallaba muy desencaminada de la verdad. La señora de la vigilia, le había estado murmurando su historia de amor. Lloraba con lágrimas de rocío, madrugadoras; suspiraba por su idolatrado, por aquel tan querido para ella, pero él estaba tan distante, tan remoto. Ella le ofrecía toda su belleza, le dedicaba cada día de su vida, cada minuto. Crecía hacia él, intentando encontrar el cobijo bajo sus brazos acogedores. Amor platónico, espera perenne. Él jamás percibía sus esfuerzos, siempre vanos. Ella creía que si él la contemplara en su momento de mayor esplendor, cuando hasta las gotas de lluvia le regalaban su canción con una sonrisa, él se enamoraría perdidamente de ella y descendería para mimarla, para besarla. Sin embargo, era una esperanza frustrada, ya que él huía con la ausencia de la luz tras el mar, al infinito. Él protector, ella arrebatadora. El sol su pasión, o quizás obsesión, era.
Extrañada, Gema se volvió a la penumbra de los sueños. Por la mañana no se acordaba de nada. Y cuando fue a regar las plantas, encontró a su flor preferida marchita, muerta. Si la hubiese escuchado y consolado, tal vez, sólo tal vez, podría haber continuado embriagándose con su perfume. Lamentándose, compró otra igual y tiró la vieja a la basura. Al poco tiempo ni siquiera recordaba que era distinta a la que ella había cuidado con tanto esmero.
Estrella fugaz fue su existencia. Hermosa como los meteoritos que cruzan el cielo de la tierra, etérea, lejana, estrella que todo el mundo anhela ver por lo menos una vez, que se espera que perdure eternamente, que sorprende al ser vislumbrada, mas desaparece veloz, para un mal sabor de boca dejar. Efímera, frágil, mundanal.

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