El puente de piedra
Cae una
gota de agua. Las ondas se prolongan, parece que permanecerán entremezclándose
hasta el infinito. Entonces empiezan a difuminarse, hasta que sólo queda el
silencio del olvido. Estoy encima de un puente. Del puente de piedra, el de las
puestas de sol, el que en otoño tiene una alfombra dorada de hojas marchitas.
En el que nos dimos nuestro primer beso. Ese pequeñito y viejo que cruza el
riachuelo escondido. Oculto tras la cortina de árboles y de ramas, de sauces
llorones y de álamos. Ése que hasta que no doblas el recodo del camino no te
sorprende con su humilde y discreta belleza. Allí esparzo los pétalos de una
rosa roja. Los voy poniendo en el aire delicadamente y flotan… Flotan hasta que
se depositan sobre la superficie cristalina de agua. Son llevados por la
corriente.
Es
entonces cuando pienso en ti. En tus ojos, en tus besos. En la forma en la que
tienes de acariciarme el pelo. En que me haces sentir amada, especial, incluso
única. Suspiro por tu marcha. Te fuiste, dejándome sola. De estar en un mundo de ensueño, me arrastraste hasta un lugar de
abandono. Te quise y fui feliz contigo. Ahora sólo puedo contar las sonrisas
que me regalaste en ese álbum de fotos, cielo.
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