Somos seres solitarios (II): Un pensamiento propio
Somos seres solitarios que intentamos hacer vida en sociedad. Solitarios al nacer, solitarios al morir. Venimos solos y moriremos solos, mas en el camino necesitamos ir acompañados. Damos lo que sea por un abrazo, un suspiro o, incluso, una lágrima. Nos hacemos rodear de familia, amigos, pareja, una mascota..., con tal de no enfrentarnos al desamparo, al silencio de nuestra mente, o al abandono de nuestro corazón. Nos aterra la idea de tener tiempo para enfrentarnos a nuestro subconsciente, a conocernos a nosotros mismos. Comunicarnos, hablar, relacionarnos con el resto. La soledad es mejor aislarla en una torre de marfil, desterrarla de nuestro día a día, aunque es en ella cuando emerge la creación del artista, cuando aprendemos a saber cuáles son nuestras virtudes y nuestros defectos, cuando tenemos tiempo para soñar. Sin embargo, esta es solo una clase de soledad. Una soledad bella y pura, como la del astro solar. Eterna, infinita y poética.
La melancolía surge en el aislamiento del emigrante que, a pesar de estar rodeado de gente, no tiene con quién hablar o en quién apoyarse. La nostalgia se materializa en aquellos separados de sus seres queridos por la distancia y el tiempo. La aflicción aparece en la superficialidad de las redes sociales, al estar rodeados de "likes" y en estar orgullosos de una lista de cientos de amigos, pero sin un hombro en el que llorar. La tristeza aflora en el niño humillado en la escuela que se queda sin merienda en el recreo y todos rechazan jugar con él. La pesadumbre se manifiesta en una sociedad que, a veces, olvida el significado de la palabra felicidad.
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